DEBEMOS HACER TODO LO QUE GLORIFICA A DIOS.

(1 SAMUEL 4:1-22)
(POR EL PASTOR EMILIO BANDT FAVELA)

Es interesante el nombre de Icabod, significa literalmente “inglorioso”, sin gloria, sin fruto, sin honra.
Y este nombre le fue puesto a aquel niño, nieto del sacerdote Elí, porque nació precisamente cuando el pueblo de Israel hizo algo en lo cual Dios no fue glorificado. Ellos tuvieron un “Icabod”, un fruto pero sin gloria para Dios.
El informe del que escapa de la batalla y viene hasta Silo para dar las malas noticias, nos presenta en el versículo 17 un resumen de todas las cosas que acontecieron y que no fueron para la gloria del Señor: (1) Israel huyó delante de los filisteos. (2) Fue hecha gran mortandad en el pueblo. (3) Los hijos de Elí fueron muertos. (4) El arca de Dios fue tomada. Y podemos añadir en el versículo 18: (5) Elí murió también.
􀂾Nuestra iglesia también puede tener un Icabod en algunas de las cosas que hace, donde Dios no es glorificado y hay grandes pérdidas también.
􀂾Veamos las cosas que contribuyeron para que Israel fuera derrotado por los filisteos y no pudieron dar a Dios la gloria que ÉL merece.

1º RECLAMACIÓN EN LUGAR DE CONFESIÓN. (4:1-3a).
Notemos lo primero que dicen los ancianos de Israel: “... ¿Por qué nos ha herido hoy Jehová delante de los filisteos?...”.
Ellos solo reflejan la tendencia muy humana de reclamarle a Dios por todo lo que nos pasa. Somos muy dados en culpar al Señor por nuestras derrotas, nuestros fracasos, nuestras decepciones, nuestras tristezas y sufrimientos.
Cuando sucedieron los atentados terroristas el 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, todo el mundo culpó a Dios por las muertes. Asimismo, cuando sucede el Tsunami en el sur de Asia el 26 de diciembre de 2004, no faltaron quienes, en busca de estos pretextos, culparan a Dios por ese fenómeno natural que cobró más de ciento cincuenta mil vidas humanas.
Pero olvidan que las cosas pasan muchas veces por consecuencia del mismo comportamiento humano. Creo que cabe recordar lo que escribe el salmista: “Con castigos por el pecado corriges al hombre, y deshaces como polilla lo más estimado de él; ciertamente vanidad es todo hombre” (Salmo 39:11). Y el apóstol Pablo también dice: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7). Y muchas veces, lo que se cosecha es mayor que lo que se siembra, como bien lo dice el profeta: “Porque sembraron viento, y torbellino segarán...” (Oseas 8:7).


Una de las cosas que más conduce hacia la derrota es culpar a Dios de lo que nos pasa, en lugar de ver nuestros errores, de hacer un alto en el camino, de darnos cuenta en qué cosas estamos fallando, de mirar nuestros pecados y traerlos a Dios en una confesión sincera, genuina, honesta, de corazón.
Reclamación en lugar de confesión fue lo que llevó a Israel a la derrota.
Culpar a Dios en lugar de reconocer nuestras culpas, nos llevará a ser una iglesia sin gloria.

2º SUPERSTICIÓN EN LUGAR DE INVOCACIÓN. (4:3b-4a).
Israel mandó traer el arca del pacto de Jehová desde Silo hasta el campo de batalla.
Ellos dijeron: “... Traigamos a nosotros de Silo el arca del pacto de Jehová, para que viniendo entre nosotros nos salve de la mano de nuestros enemigos” (4:4).
Pensaron que una cosa los salvaría en lugar de la misma presencia de Dios.
Si bien es cierto que aquella arca representaba la Presencia de Dios, sin embargo, no era la misma presencia de Dios. Israel la convirtió en un fetiche.
Confiaron más en el símbolo que en el Señor. Ellos se llenaron de júbilo cuando llegó el arca a su campamento, pero nunca se ve a Israel orando, invocando la presencia de Dios y su ayuda en medio de aquella guerra.
Creo que confiar más en las cosas que en el Dios Vivo y Verdadero es lo que nos conduce a producir frutos sin gloria. Las iglesias de hoy están más inclinadas a confiar en la comodidad que les brinda su edificio, en la seguridad que les provee su cuenta bancaria, en el impacto que tienen sus programas o su música, en la facilidad que da su tecnología, pero se olvidan que para obtener la victoria en toda lucha es necesario contar con la presencia de Dios. Debemos invocar su Santa Presencia entre nosotros.

3º CORRUPCIÓN EN LUGAR DE SANTIFICACIÓN. (4:4b).
Dice esta parte del texto: “... y los dos hijos de Elí, Ofni y Finees, estaban allí con el arca del pacto de Dios” (4:4b).
Estos dos hombres eran el prototipo de la corrupción, de la inmoralidad y del pecado. La Biblia dice: “Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de Jehová” (1 Samuel 2:12). La Nueva Versión Internacional dice: “Los hijos de Elí eran unos perversos, que no tomaban en cuenta al Señor”. Pero mucho más duras son las versiones Moderna de Pratts y Biblia de las Américas que dicen: “Y los hijos de Elí eran hijos de Belial; no conocían a Jehová”. Y por consecuencia eran graves sus pecados: “... menospreciaban las ofrendas de Jehová” (2:17). “... dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión” (2:22). “... han blasfemado a Dios...”. (3:13). Esta era la clase de hombres que estaban cuidando el arca del Señor.
Una de las cosas que llevará a la derrota y a no dar la gloria a Dios es la corrupción moral y espiritual.


Y no hablo solamente del liderazgo, sino de toda la congregación. Toda la iglesia debe hacer un examen introspectivo y ver qué clase de vida está llevando delante del Dios Santísimo. El pecado de uno afecta a todos, como nos cuenta el libro de Josué capítulo siete en la historia del pecado de Acán.

4º EMOCIÓN EN LUGAR DE ADORACIÓN. (4:5).
Dice la Palabra de Dios que Israel sintió una gran emoción cuando el arca del pacto de Jehová llegó al campamento. Gritaron con tanto júbilo que hasta la tierra tembló. Ellos sintieron mucho gozo y lo demostraron con gritos. No sería sensato descartar todas las demás posibles manifestaciones de tan grande regocijo, como saltos, danzas, cantos, llantos, etc.
Sin embargo, no se dice que adoraron a Dios. La emoción, por muy válida que sea nunca puede sustituir a la adoración.
Amados hermanos, la verdadera adoración comienza con un encuentro personal con el Señor. La adoración no es congregacional, sino individual. Se hace congregacional cuando esos individuos se unen. Ese encuentro con Dios debe llevarnos invariablemente a la contemplación de su grandeza, de su excelcitud, de su majestuosidad, arrobados, admirados, maravillados. Esa contemplación debe conducirnos a una postración, a una humillación, a una prosternación que reconoce con temor reverente la persona de Dios. Ahora, esa postración delante del Dios Verdadero y Viviente, debe llevarnos a un bálsamo de paz, a un encuentro con el abundante gozo y verdadera dicha, a un refrigerio espiritual que llene nuestro vacío de consuelo, de gracia, de fortaleza y que renueve nuestras energías espirituales. Y ese refrigerio espiritual debe llevarnos a una acción decidida, a un celo por cumplir nuestro deber como cristianos, a una renovada forma de trabajo y a un anhelante deseo de servir al Señor. Si nuestra adoración no alcanza estos niveles todavía no es una verdadera adoración y sí será nada más que pura emoción.
La victoria segura se encuentra en la verdadera adoración.

5º RELAJACIÓN EN LUGAR DE DEDICACIÓN. (4:6-10).
Israel, cuando llegó el arca del pacto de Jehová a su campamento, entonces se confió y se relajó. Pensó que con aquel mueble entre ellos, todo estaba resuelto, que aquella caja de madera, por arte de magia, desaparecería todo peligro y les daría la victoria, sin tener ellos que esforzarse demasiado.
¡Qué equivocados estaban!
En cambio los filisteos redoblaron sus esfuerzos. Ellos no conocían con exactitud a Dios, notemos que lo llaman “dioses” y no sabían que las plagas no fueron en el desierto, sino en Egipto. Sin embargo, ellos, equivocados y todo, multiplicaron su energía, su ánimo, su trabajo y esfuerzo y vencieron.
Israel se relajó y perdieron. Creo que algo que contribuye fuertemente a la derrota es aflojar el paso, permitir que se enfríe nuestro entusiasmo, nuestro primer amor hacia Dios y hacia nuestros semejantes, dejar que se apague el fuego espiritual.


Según la Biblia son cuatro las causas de una flojera espiritual en las iglesias: Dice la Palabra de Dios: “Y aún cerraron las puertas del pórtico, y apagaron las lámparas; no quemaron incienso. Ni sacrificaron holocaustos en el santuario al Dios de Israel” (2 Crónicas 29:7). (1) Cerrar las puertas del pórtico es cerrar las puertas del templo. Dejaron de acudir al templo, dejaron de asistir, de alabar a Dios, de darle gracias, de adorarlo. El primer síntoma de una flojera espiritual es nuestra inasistencia a los cultos, nuestra ausencia en la adoración, en la alabanza y en la acción de gracias. (2) Apagar las lámparas del santuario significa que ya no hubo luz espiritual que alumbrara sus espíritus y sus vidas. El lugar de la iluminación espiritual estaba oscuro. Esto se puede comparar con dejar de leer la Biblia, apagar la luz de la Palabra de Dios, la cual es lámpara a los pies y lumbrera a nuestro camino. (3) Dejar de quemar incienso es dejar de orar. El lugar de intercesión en oración estuvo silencioso. Hay dejadez espiritual cuando dejamos de orar, desestimamos el pasar momentos preciosos con el Señor, hacemos a un lado este enorme recurso de Gracia, menospreciamos el poder de la oración y ocupamos el tiempo en cosas menos importantes. (4) Dejar de sacrificar holocaustos en el santuario al Dios de Israel, significa que el lugar de la consagración sacrificial estaba frío. Esto se aplica cuando dejamos que la frialdad invada nuestro corazón. Dejamos que se apague el fuego del amor fraternal, el fuego del evangelismo y el fuego del servicio a los demás.
Necesitamos dedicarnos con mayor decisión y entusiasmo a nuestra tarea.

6º RESIGNACIÓN EN LUGAR DE RENOVACIÓN. (4:11-22).
Toca el turno de considerar al líder del pueblo de Israel. Elí era un hombre muy viejo, de noventa y ocho años de edad. Era un hombre ciego, pues sus ojos se habían oscurecido debido a su ancianidad. Era un hombre pesado, es decir, sumamente grueso. Y era un hombre que había juzgado a Israel ya por cuarenta años. Todas estas características nos dicen que Elí ya no podía ejercer un liderazgo eficiente. Que ya no podía salir ni entrar con el pueblo de Dios. Que lo único que podía hacer es estar sentado en una silla, desfalleciendo en su corazón por no saber lo que pasaba con Israel.
Sin embargo, el pueblo parecía más bien resignado que decidido a una renovación en su liderazgo.

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